La noche tenía un ambiente fresco —extraño en Semana Santa en Coatzacoalcos— y un presagio ineludible: algo no iba a cuadrar. No por falta de talento en el escenario —todo lo contrario—, sino por una singular desconexión entre la figura legendaria que se preparaba para salir a la tarima y el público que, en su mayoría, no parecía saber muy bien a quién iba a ver.
Oscar D´León, el León de la Salsa, uno de los grandes del ritmo que nació en el Bronx, regresaba a la ciudad después de un buen rato. Pero esta vez no lo esperaban los mismos.
Había algo de nostalgia en el aire. Como si los ecos de aquella primera vez en Coatzacoalcos, donde brindó un concierto épico hace 34 años —que empezó a las 11 de la noche y terminó rayando las tres de la mañana— intentaran colarse por entre las rendijas de una generación que ya no lo recuerda, o peor aún, que nunca lo conoció.
Entonces, Oscar no solo cantó durante cuatro horas; alcanzó para rendir homenaje a México entero haciendo de "El Rey" de José Alfredo una joya de la salsa.
Sin embargo, ayer, en la Expo Feria Coatza 2025, el torero de 81 años supo que su faena debía ser más corta. El astado delante de él —la plaza, el público— no daba para tanto.
El evento había comenzado con extraordinarias interpretaciones del grupo local, "La tercera Ola" y siguió con una dinámica tan inocente como reveladora: tres parejas compitieron por ver quién bailaba mejor salsa.
El aplauso popular premió a los menos talentosos, mientras la pareja que desbordaba compás fue ignorada. ¿Democracia o desconexión cultural? ¿Falta de vista o exceso de entusiasmo desinformado? Esa votación a palmadas fue un presagio certero de lo que venía.
Y llegó Oscar, vestido de negro con un león dorado entre el pecho y el vientre, como si supiera que debía lucir la heráldica que lo respalda.
EL HOMENAJE A RUBBY PÉREZ
Empezó fuerte, con energía brutal para un hombre de 81 años. Dedicó su primera canción al recientemente fallecido Rubby Pérez, una leyenda dominicana del merengue. Luego, se transformó en DJ de su propia historia, mezclando éxitos sin dar tregua, sin descanso, como quien no confía en que su público sabrá reconocer cada joya si se le da tiempo para pensar.
Ahí estaban sus clásicos: "Detalles", "Manicero", "Siéntate ahí", "El que siembra su maíz" y muchos más.
Pero cada pausa, cada intento de conversación con el público, se topaba con una pared de desinformación.
Le pedían "La vida es un carnaval", como si la voz de Celia Cruz le perteneciera a todos los salseros por igual. Oscar, con la ironía que da el oficio, lanzó: "¡Creo que están un poco confundidos!". Y vaya que lo estaban.
Incluso preguntó, soneando, cuántas veces había estado Celia Cruz en Coatzacoalcos, y se sorprendió al saber que nunca.
"La Negra", como él la llamó, había tocado en casi todo el planeta y quizá en la Luna, pero no aquí. La revelación parecía una metáfora: la ciudad había perdido el ritmo, se había saltado capítulos enteros de la historia musical del Caribe.
Para congraciarse, D´León cedió. Hizo un concurso entre "Ziguaraya" e "Idilio", canciones que ni siquiera son de su autoría —la primera del folclore afrocubano, pero con su excelsa interpretación le pertenece; la segunda, del puertorriqueño Willie Colón—, y cantó la que el público eligió.
Luego vinieron peticiones desde la ignorancia con solicitudes de temas de Héctor Lavoe. Intentó distraerlos con boleros que el vulgo conocía, por ejemplo, "Si nos dejan". El León no rugía, complacía.
DE CARENCIAS Y CIERRE CON RAN KAN KAN
Pero uno no puede evitar preguntarse: ¿qué pasa cuando el aplauso premia al que menos baila y el artista termina adaptando su arte a las carencias del público?
No es solo una anécdota de feria. Es el reflejo de una disonancia mayor: entre la memoria cultural y la inmediatez digital; entre el espectáculo y el conocimiento; entre el artista que llega con una obra y el público que solo quiere lo que "suena en TikTok".
La noche cerró, entre otras, con la épica "Ran Kan Kan", homenaje al maestro Tito Puente. D´León sonreía, pero sus ojos parecían decir algo más. No estaba molesto, pero tampoco triunfante. Como esos toreros que salen de la plaza con la oreja en la mano pero sin aplausos, sabiendo que dieron todo, pero no hubo eco.
El concierto fue técnicamente impecable, lleno de entrega. Pero el alma de la salsa, ese compás de calle y corazón, se perdió entre celulares grabando y gritos que pedían cualquier canción menos las suyas.
Oscar D´León fue, cantó, bailó, complació. Pero Coatzacoalcos, al menos un sector de ese público que llenó la plaza, pareció no estar del todo ahí. Y eso, en tiempos donde la cultura se mide por algoritmos y no por legado, debería llevar a la reflexión.
Porque la música no es solo para entretener. También es para educar, para recordar de dónde venimos.
El León intentó, sin duda, domar a su público. No pudo. Ya en su última canción, del 80% del público al inicio apenas quedaba la mitad.
Y así, con las luces apagándose y las últimas notas de su orquesta desvaneciéndose en el aire del puerto, Oscar D´León abandonó el escenario como quien cierra un capítulo que pocos supieron leer. Lo dio todo, como siempre. Pero el eco no vino del alma colectiva, sino de una multitud desconectada, que no supo distinguir entre la leyenda y la moda, entre la fuerza de una ola y la espuma.
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